NUESTRA SEÑORA DEL ESPINO
En primer lugar tenemos que intentar dar marcha atrás en el
tiempo e irnos al siglo XIV. Así podremos decir: “Hace muchos, muchos años, más
de seiscientos en lo que hoy se llama la Dehesa de Santa María vivían varios
pastores y cabreros y, junto a ellos, varios zagales y zagalas que ayudaban a
sus padres en todas las tareas. Vivían repartidos por el campo en chozos de
piedra y madera. Por las mañanas compartían pastoreo, charlas, pan y tocino,
pero al anochecer cada uno a su chozo con sus ganados y vigilantes porque los
lobos acechaban.
Nuestra historia se centra en Leandrín, un zagal de ocho
años que ayudaba a sus padres con las ovejas, cabras, cerdos y gallinas. Una
vez a la semana sus padres iban a Peñaranda con el borrico lleno de quesos,
leche, huevos y corderillos para vender y traer otras provisiones. A veces
tardaban dos días en vender todo y regresar; y esas noches Leandrín sentía
mucho miedo; no podía dormir al oír el aullido de los lobos y la oscuridad de
la noche le estremecía. Se sentaba a la lumbre y echaba continuamente leña para
que hubiera luz y se agarraba a su fiel mastín Pardín. Y rezaba para que
llegara pronto el día y su ganado no sufriera el ataque de los lobos.
Sucedió que sus padres marcharon a Peñaranda con el borrico
cargado a primeros de diciembre. Esa noche no volvieron y cayó sobre el campo una
copiosa e intensa nevada. Leandrín recogió su ganado, los echó de comer a todos
e hizo acopio de leña para mantener la lumbre a llama viva; sabía que sus
padres no podían volver en unos días. Llegada la noche se encerró en su chozo y
atizó la lumbre y junto a su fiel Pardín comenzó a sentir miedo, a llorar y
rezar: “Si al menos algún zagal vecino me acompañase esta noche”, pensaba.
Pero estaba solo, bueno con su fiel mastín Pardín. De
repente un aullido fuerte, largo y profundo de un gran lobo paralizó su
corazón: el lobo estaba cerca de su rebaño y de él. El miedo había congelado su
sangre y su fiel Pardín comenzó a ladrar empujando al niño hacia la puerta…
Pero Leandrín no podía moverse por el miedo que sentía a los lobos y a la
noche. El mastín insistía para que abriese la puerta y salir a defender el
ganado pero él parecía encadenado, prisionero del miedo. Comenzó entonces a
sentir el alboroto de las ovejas, cabras y cerdos que sentían muy cerca a los
lobos y decidió salir con el mastín.
Tomó de la lumbre el leño más grande encendido y abrió la
puerta tembloroso y encogido. Pardín salió primero y él con pasos vacilantes
siguió sus huellas; la nieve llegaba a la cintura. Casi no podían avanzar perro
y zagal con el leño encendido.
Todo sucedió muy rápido. Leandrín vio al gran lobo sobre la
pared de piedra: se asustó, tropezó y cayó enredado en un espino. El leño se
apagó y Leandrín quedó prisionero del espino, envuelto en la oscuridad de la
noche y con su mastín al lado ladrando. Vio, a la luz de la nieve, los
chispeantes ojos del gran lobo, aupado sobre la pared de piedra… estaba como
hechizado, hipnotizado y… y… lanzó un grito al ver abrir las fauces del lobo…
dos lágrimas gordas recorrían sus mejillas y… y… y entonces acertó a rezar: ¡Santa
María, ayúdame!
Después de su grito llegó el silencio y una radiante luz con
la que Santa María asustó a los lobos y desató los lazos del espino que tenían
prisionero a Leandrín. El zagal miró agradecido a la Virgen pero no pudo
articular palabra; fue ella la que le habló: “Leandrín, los miedos, los lobos,
la oscuridad de la noche, el espino que te aprisiona y te ata son reales, pero
todo se puede vencer con fe y amor. Siempre estaré a tu lado Leandrín y al de
todos los que me invoquen con fe y amor…” Y la luz se apagó… aún Leandrín tardó
un largo rato en moverse y asimilar todo. Una calma suave le envolvía.
Leandrín con su fiel mastín durmió muy tranquilo esa noche.
Al amanecer fue hacia el espino donde había caído y se encontró un precioso
busto de madera de Santa María. Lo llevó a su chozo sabiendo que Santa María
del Espino siempre estaría con él…
Y es esa imagen que encontró Leandrín la que se venera todos
los años en mayo y en septiembre. En mayo para darla gracias por la luz, la
primavera, los frutos del campo… y en septiembre cuando el otoño y el invierno
se acercan, volvemos a dar gracias por lo cosechado y a pedirla fuerza para que
el oscuro invierno no nos meta miedo y seamos libres para sembrar, trabajar,
vivir y compartir.
Y como esto ya va muy largo, la historia de la Ermita para
otro día. Salud y valentía que a nuestro lado está… Santa María.
Jesús, el cura
Agradecemos la colaboración del sacerdote Jesús, de Cabezas del Villar y deseamos que continúe aportándonos historias de nuestro entorno.