12/2/18

UN ALGO SOBRE LA VIRGEN DEL ESPINO

NUESTRA SEÑORA DEL ESPINO

En primer lugar tenemos que intentar dar marcha atrás en el tiempo e irnos al siglo XIV. Así podremos decir: “Hace muchos, muchos años, más de seiscientos en lo que hoy se llama la Dehesa de Santa María vivían varios pastores y cabreros y, junto a ellos, varios zagales y zagalas que ayudaban a sus padres en todas las tareas. Vivían repartidos por el campo en chozos de piedra y madera. Por las mañanas compartían pastoreo, charlas, pan y tocino, pero al anochecer cada uno a su chozo con sus ganados y vigilantes porque los lobos acechaban.


Nuestra historia se centra en Leandrín, un zagal de ocho años que ayudaba a sus padres con las ovejas, cabras, cerdos y gallinas. Una vez a la semana sus padres iban a Peñaranda con el borrico lleno de quesos, leche, huevos y corderillos para vender y traer otras provisiones. A veces tardaban dos días en vender todo y regresar; y esas noches Leandrín sentía mucho miedo; no podía dormir al oír el aullido de los lobos y la oscuridad de la noche le estremecía. Se sentaba a la lumbre y echaba continuamente leña para que hubiera luz y se agarraba a su fiel mastín Pardín. Y rezaba para que llegara pronto el día y su ganado no sufriera el ataque de los lobos.

Sucedió que sus padres marcharon a Peñaranda con el borrico cargado a primeros de diciembre. Esa noche no volvieron y cayó sobre el campo una copiosa e intensa nevada. Leandrín recogió su ganado, los echó de comer a todos e hizo acopio de leña para mantener la lumbre a llama viva; sabía que sus padres no podían volver en unos días. Llegada la noche se encerró en su chozo y atizó la lumbre y junto a su fiel Pardín comenzó a sentir miedo, a llorar y rezar: “Si al menos algún zagal vecino me acompañase esta noche”, pensaba.

Pero estaba solo, bueno con su fiel mastín Pardín. De repente un aullido fuerte, largo y profundo de un gran lobo paralizó su corazón: el lobo estaba cerca de su rebaño y de él. El miedo había congelado su sangre y su fiel Pardín comenzó a ladrar empujando al niño hacia la puerta… Pero Leandrín no podía moverse por el miedo que sentía a los lobos y a la noche. El mastín insistía para que abriese la puerta y salir a defender el ganado pero él parecía encadenado, prisionero del miedo. Comenzó entonces a sentir el alboroto de las ovejas, cabras y cerdos que sentían muy cerca a los lobos y decidió salir con el mastín.

Tomó de la lumbre el leño más grande encendido y abrió la puerta tembloroso y encogido. Pardín salió primero y él con pasos vacilantes siguió sus huellas; la nieve llegaba a la cintura. Casi no podían avanzar perro y zagal con el leño encendido.

Todo sucedió muy rápido. Leandrín vio al gran lobo sobre la pared de piedra: se asustó, tropezó y cayó enredado en un espino. El leño se apagó y Leandrín quedó prisionero del espino, envuelto en la oscuridad de la noche y con su mastín al lado ladrando. Vio, a la luz de la nieve, los chispeantes ojos del gran lobo, aupado sobre la pared de piedra… estaba como hechizado, hipnotizado y… y… lanzó un grito al ver abrir las fauces del lobo… dos lágrimas gordas recorrían sus mejillas y… y… y entonces acertó a rezar: ¡Santa María, ayúdame!

Después de su grito llegó el silencio y una radiante luz con la que Santa María asustó a los lobos y desató los lazos del espino que tenían prisionero a Leandrín. El zagal miró agradecido a la Virgen pero no pudo articular palabra; fue ella la que le habló: “Leandrín, los miedos, los lobos, la oscuridad de la noche, el espino que te aprisiona y te ata son reales, pero todo se puede vencer con fe y amor. Siempre estaré a tu lado Leandrín y al de todos los que me invoquen con fe y amor…” Y la luz se apagó… aún Leandrín tardó un largo rato en moverse y asimilar todo. Una calma suave le envolvía.

Leandrín con su fiel mastín durmió muy tranquilo esa noche. Al amanecer fue hacia el espino donde había caído y se encontró un precioso busto de madera de Santa María. Lo llevó a su chozo sabiendo que Santa María del Espino siempre estaría con él…

Y es esa imagen que encontró Leandrín la que se venera todos los años en mayo y en septiembre. En mayo para darla gracias por la luz, la primavera, los frutos del campo… y en septiembre cuando el otoño y el invierno se acercan, volvemos a dar gracias por lo cosechado y a pedirla fuerza para que el oscuro invierno no nos meta miedo y seamos libres para sembrar, trabajar, vivir y compartir.

Y como esto ya va muy largo, la historia de la Ermita para otro día. Salud y valentía que a nuestro lado está… Santa María.

Jesús, el cura 

Agradecemos la colaboración del sacerdote Jesús, de Cabezas del Villar y deseamos que continúe aportándonos historias de nuestro entorno.